miércoles

¿Buena postura o buen uso?

Para muchas personas, la Técnica Alexander está íntimamente asociada con el cultivo de una buena postura. Sin embargo, el término postura es inadecuado para transmitir lo que la Técnica Alexander pretende mejorar. Cuando nos referimos a la postura, está normalmente asumido que lo bueno es estar erguido y lo malo es estar encorvado. Hay algo de cierto en esto, aunque esforzarse por estar erguido, provoca usos inadecuados en otros aspectos: la rigidez del sargento en un desfile, la reciedumbre del triunfador, y el bailarín o la modelo “curvados” al mantener un cierto aspecto, son algunos ejemplos. La postura es simplemente un reflejo de nuestro uso general en la medida que un mal uso provoca una mala postura. De la misma manera, cuando hacemos un buen uso de nosotros mismos, nuestra postura es la óptima. “Postura”, es algo estático que se refiere a la forma, adecuada o inapropiada del cuerpo físico. Por otra parte, “uso”, es algo dinámico, fluido y vivo y se refiere al organismo en su conjunto.

Por eso la Técnica Alexander no pretende corregir directamente las posturas defectuosas (aunque la correcta restauración de las funciones de los mecanismos posturales sea una de sus partes), sino que se dedica a procurar una naturaleza del “equilibrio” como base para cualquier tipo de actividad: ya sea mental, emocional o corporal.

Cuando se ha recuperado el equilibrio, la postura se recupera sola. Cuando hacemos ejercicio, yoga, meditación, deporte o tocamos algún instrumento sin equilibrio, lo único que conseguimos es incidir más profundamente en los efectos perjudiciales de la forma en que acostumbramos a hacer las cosas.
Meredith Page, porofesora de técnica alexander.

Gravedad

La respuesta de cualquier organismo vivo a la gravedad es de una importancia fundamental. Hasta el más insignificante organismo responde a la gravedad, aunque lo peor es que haga de esta respuesta una función rutinaria, cuyo mayor problema reside en tender siempre a responder igual. En la vida necesitamos aire para respirar y comida para alimentarnos, pero si no le damos una respuesta adecuada a la gravedad, no continuaremos vivos por mucho tiempo.

En las condiciones habituales de nuestra vida cotidiana, todos tendemos al desequilibrio. Nos descoordinamos y desarrollamos hábitos de contracción muscular por diversas y abundantes razones, que no son únicamente mecánicas, sino también emocionales. Estas reacciones las manifestamos de una manera u otra a través de la tensión muscular. Cuando los músculos se contraen en su nivel habitual, no es tan fácil como parece, ni por supuesto instantáneo, volver a estirarlos y a liberarlos, hasta recuperar su forma inicial.

El principal problema que se presenta es si somos capaces de percibir la interferencia kinestésica. Recordarán ustedes que sobre este tema tratamos ayer cuando leíamos La herencia suprema del hombre, donde Alexander situaba a la perversa kinestesia, como él la denominaba, en la cabeza de la lista.

Lo que quiso realmente decir fue que tendremos que dedicar un gran esfuerzo y mucho tiempo hasta percibir la interferencia kinestésica. Muy pocas veces nos damos cuenta de lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos. No nos enteramos de la tensión que generamos, porque no la podemos registrar en un contador. Desde el momento en que somos capaces de soportar el dolor y la incomodidad, dejamos de medirla. Intentamos ignorarla, que es una de las mejores maneras de desordenar definitivamente los registros kinestésicos.

Tuve un pequeño ejemplo de ello el fin de semana, mientras estaba dando una clase a un alumno veterano y llegó su novia, que desconocía totalmente la técnica, quedándose a mirar cómo trabajábamos. Intenté explicarle por encima lo que hacía y cuando acabé le dije, “Bueno, me gustaría mucho enseñarte a ti también, déjame ver como estás”. Ella dijo, dudando bastante, que sí. Estaba allí, mirando por la ventana y observando constantemente algo que ya había visto. Se relajó y pude corregir su equilibrio y enderezarla un poco. Entonces dijo, “Qué gracia, esto es increíble, me has quitado toda la tensión de la espalda”. Yo le contesté, “Sí, esperaba que ocurriera, aunque la forma en que estabas sentada hace un rato era lo que provocaba la tensión de tu espalda. Si le haces eso normalmente, solo generarás tensión”.

Este es el mensaje sobre la kinestesia. Ella había estado allí sentada, mirándome, escuchando... pero no se había dado cuenta de nada. No había registrado kinestésicamente lo que se hacía a sí misma, sino que lo había ignorado totalmente, sin dejar que penetrara en su conciencia. Pero en cuanto permitió que pusiera mi mano sobre ella, instantáneamente comenzó a sentir lo que le pasaba y a darse cuenta perfectamente de que cuando se enderezaba y equilibraba, conseguía relajarse. Por eso la percepción kinestésica es absolutamente esencial, ya que si podemos sentir lo que nos pasa, tendremos una posibilidad de detenerlo si nos perjudica. Pero si no lo sentimos, no tendremos ni la más remota posibilidad de hacerlo. Deteniendo las interferencias, deteniendo los malos hábitos, se facilita la respuesta anti-gravitacional, al pensar en positivo y al alcanzar por nosotros mismos la correspondiente actitud equilibrada. Casi todo el mundo sigue manteniendo la vaga idea de que para levantarse hay que hacer algo. Tenemos que dar órdenes, decir, “Cuello liberado, cabeza adelante y arriba”, pero mantenemos la idea de que tenemos que hacer algo. Claro que este hacer algo supone una contracción muscular totalmente contraproducente. Pues no, no hay que hacer nada, solo observar que en realidad, algo está pasando. La respuesta anti-gravitatoria es realmente lo que está pasando. Está ahí y ocurre. Es lo que es, no es un hacer sino un suceso que ocurre gran parte gracias a nuestros deseos, pensamientos y observaciones, sobre todo por nuestra observación kinestésica.

A través de nuestra kinestesia sentimos tensión, rigidez o que las cosas no van bien y sobre esta base hacemos intentos de cortarla y de evitarla hasta que los cambios se producen. Claro que si esto ocurre, significa que se ha producido una combinación de efectos en el organismo. Se ha estimulado la respiración, ya que nada más conseguir la respuesta anti-gravedad, cuando se ha tenido esa experiencia, sentimos una relajación que permite liberar la respiración. De la misma manera, aunque no la sintamos, como no estamos oprimiendo las arterias ni las venas, facilitamos la circulación. Hemos ensanchado y abierto el tórax, liberando así la respiración y dándole al corazón más espacio para funcionar. También hemos disminuido la presión del aparato digestivo. Todo esto fácilmente demuestra que estamos facilitando, ayudando y estimulando un mejor funcionamiento general.
Tengamos en cuenta que si usamos la expresión “funcionamiento general” no debemos esperar que mucha gente entienda a lo que nos referimos, ya que este concepto no existe en la ciencia médica. No es algo que ellos puedan asimilar. El funcionamiento del corazón, así como el de este o el de otro sistema o miembro, sí se asimila fácilmente y de forma detallada. Pero si hacemos mención al funcionamiento general, la respuesta más genérica que obtendremos es que es la suma de todos los miembros y órganos que componen el organismo, uno a uno. Tomemos por separado cada uno y realicemos la unión del conjunto: este es el funcionamiento general. Pero claro, en realidad no es así. El todo es más que la suma de las partes debido a la acción integrada de la respuesta anti-gravedad a la que nos estamos refiriendo. Si no obtenemos una respuesta satisfactoria a la gravedad, inevitablemente, todos los aspectos desagregados del funcionamiento sufrirán en mayor o menor medida. Con muchas individualidades distintas, probablemente sería diferente, pero usted ya sabe que si consigue mejorar la respuesta anti-gravedad, tendrá la completa seguridad de que todos mejorarán.
Walter Carrington, profesor de técnica alexander, (mayo1915- agosto2006)

Los órganos del equilibro


A ambos lados del cráneo, dentro del hueso que rodea la parte interna de nuestros oídos, hay un ingenioso y pequeño mecanismo denominado laberinto. Ambos laberintos constituyen nuestro sistema vestibular. Su correcto funcionamiento es esencial para la coordinación motriz y el control postural. El sistema vestibular permite al cuerpo darse cuenta de si está tendido o erguido así como de si está parado o en movimiento. Está diseñado para detectar la posición y el movimiento de cabeza en el espacio. Tiene dos componentes, los órganos otolíticos y los canales semicirculares. Los primeros detectan nuestra orientación debida a la gravedad. Contienen células nerviosas sensoras en forma de cabellos en diversas orientaciones. Unidas a ellas están los delgados cristales calizos. Cuando inclinamos hacia delante, hacia atrás o ladeamos la cabeza, la fuerza de gravedad tira de los cristales calizos que están orientados hacia ella. Estos cristales estimulan las células cabello para que envíen señales al cerebro, haciéndole saber dónde está situada la cabeza en el espacio. Los canales semicirculares detectan el movimiento de la cabeza en el espacio. Hay tres delgados tubos dispuestos como la letra “C”. Uno yace horizontal y los otros dos se asientan verticalmente formando ángulos rectos con el primero, pudiendo registrar las tres dimensiones del espacio. En conjunto, trabajan como un nivel de burbuja, detectando constantemente los cambios de posición de la cabeza. Contienen células nerviosas sensoriales en forma de cabello y líquido. Cuando movemos la cabeza en una dirección concreta, el líquido se queda atrás, ya que se resiste a moverse a causa del rozamiento, presionando a las células capilares hasta estimularlas para enviar señales al cerebro, al que mantienen constantemente informado sobre el lado hacia el que movemos la cabeza.

La coordinación del resto del cuerpo depende de la información aportada por el sistema vestibular. (
http://www.howstuffworks.com/balance.htm)

Cuando los canales semicirculares están en una posición correcta respecto a la fuerza de la gravedad, su orientación básica supone que el tubo horizontal del fondo es paralelo al suelo y los otros dos, perpendiculares. El Dr. T. M. Roberts, un experto en la fisiología de los mecanismos posturales, desembridó que en unas 30 especies diferentes de mamíferos que había estudiado, la cabeza estaba situada de tal forma que el fondo del canal semicircular era paralelo al suelo. Sin embargo, cuando estudió a los seres humanos de ahora, descubrió que en su mayor parte colocan la cabeza de tal forma que el canal del fondo forma un ángulo con el suelo. Picado en su curiosidad, Roberts descubrió que si estimulaba a un sujeto hasta que estuviera alerta, éste situaba la cabeza ligeramente hacia delante y hacia arriba, volviendo a colocar el canal profundo en posición horizontal, y variando en este sentido también su postura.
Meredith Page, profesora de técnica alexander.




Qué es la Técina Alexander.

La Técnica Alexander es un método de autoayuda. La intención es ayudar a las personas a evitar hacer todo lo que es perjudicial para el propio bienestar del organismo. A diferencia de otros sistemas que indican qué hacer o cómo hacer las cosas, este método enseña a no hacer y cómo prevenir. Es por eso que la técnica requiere, ante todo, una demostración práctica indicando mediante la experiencia qué acciones son perjudiciales y seguidamente dar instrucciones claras de cómo dichas acciones pueden ser evitadas.

La técnica se remonta al año 1894 según las experiencias vividas por F. Matthias Alexander en lo concerniente al uso de su voz como actor y orador dramático. No tenía estudios en anatomía ni fisiología pero la observación y la experimentación de si mismo le condujo a adquirir conocimientos al respecto, de manera que le fue posible superar sus problemas al declamar y al respirar que durante años le habían perjudicado. Cuando posteriormente eminentes científicos experimentaron ellos mismos el trabajo de Alexander, éstos corroboraron que dicha técnica satisfacía todos los criterios del método científico.

¿Por qué resulta tan difícil describir la Técnica Alexander? ¿Por qué una vez leída información al respecto personas instruidas y con educación científica a menudo no acaban de entenderlo?

Por un lado el concepto de “no hacer”, puede evocar una respuesta emocional negativa que confunde el propósito. Las personas prefieren que les indiquen “qué hacer” considerándolo una instrucción positiva.
Por otro lado el significado científico de lo que Alexander observó al mirarse en un espejo difícilmente puede ser apreciado por un lector sin cierto conocimiento técnico sobre equilibrio, movimiento y postura.

Empíricamente estableció que en su postura y movimiento el cuello no debe estar rígido, y que su cabeza debe permitirse adoptar una cierta actitud preferente en relación a su cuello y su cuerpo (descrito por Alexander como “cabeza hacia delante y hacia arriba”) y esto promueve una actitud libre y alerta.
Investigaciones científicas recientes relativas a la orientación de la cabeza y postura en los vertebrados indican que existe una orientación preferente de la cabeza que los animales adoptan mediante variedad de comportamientos. Está asociado con una postura de alerta y una capacidad acrobática extensiva. En los vertebrados esto supone mantener los canales semicirculares o el canal semicircular (parte del órgano auditivo del equilibrio o del aparato vestibular) en una actitud nivelada con el horizonte.

Las investigaciones en neurofisiología del equilibrio, postura y motricidad son relativamente recientes, pero a medida que se avanza, éstas tienden a confirmar los descubrimientos empíricos de Alexander y en última instancia deberían dirigirnos a entender y aceptar esta Técnica.

Walter Carrigton, profesor de técnica alexander.(maig 1915-agost 2005)

La opinión del médico.



Nikolaas Timbergen (médico y fisiólogo)

Premiado con un Nobel en 1973 por el descubrimiento de la organización y difusión de los patrones individuales y sociales de comportamiento, dedicó una buena parte de su discurso, al recoger el premio, a hablar sobre la Técnica Alexander.



"Mi segundo ejemplo de la utilidad de un enfoque etológico en Medicina, tiene una historia completamente diferente. Tiene relación con el trabajo de un hombre extraordinario, el difunto F.M. Alexander. Su investigación empezó unos cincuenta años antes del resurgimiento de la Etología, por la cual somos ahora honrados, y sin embargo su manera de proceder era muy similar a los métodos modernos de observación, y creemos que sus logros y los de sus discípulos merecen especial atención.
Alexander, que había nacido en 1869 en Tasmania, se convirtió pronto en "un recitador de textos dramáticos y humorísticos". Muy pronto desarrolló un problema vocal serio y casi acabó por perder completamente la voz. Cuando ningún médico supo ayudarle, tomó él mismo las riendas del asunto. Empezó a observarse a sí mismo delante de un espejo, y se dio cuenta de que cuando su voz estaba peor que nunca era cuando adoptaba aquellas posturas que consideraba apropiadas y "correctas" para acompañar lo que estaba recitando. Sin ninguna ayuda exterior fue descubriendo, durante una serie de dolorosos años, cómo mejorar lo que hoy en día es conocido como el "uso" de la musculatura del cuerpo en todas sus posturas y movimientos. Y el extraordinario resultado fue que recobró el control de su voz. Esta historia de percepción, inteligencia y tenacidad, mostrada por un hombre sin ninguna formación médica, es uno de los momentos verdaderamente épicos de la investigación y práctica médicas.
Una vez Alexander se hubo dado cuenta del mal uso de su propio cuerpo, empezó a observar a la gente de su alrededor y descubrió que, como mínimo en el mundo occidental, la mayoría de la gente está de pie, se sienta y se mueve de una manera igualmente defectuosa.
Animado por un doctor en Sydney, se convirtió entonces en una especie de misionero. Se dispuso a enseñar -primero a actores, después a una variedad de gente- cómo restituir el buen uso de su musculatura. Gradualmente descubrió que de esta manera podía aliviar una asombrosa variedad de enfermedades somáticas y mentales. También escribió extensamente sobre el tema. Y finalmente enseñó a un grupo de alumnos para que se convirtieran en profesores a su vez, y para que consiguieran los mismos resultados con sus pacientes. Si a él le había costado años encontrar la técnica y aplicarla a su propio cuerpo, un curso con éxito pasó a ser un asunto de meses y es comúnmente aceptado que la formación de un buen profesor Alexander requiere algunos años.
Durante muchos años un pequeño pero consagrado número de alumnos han continuado su trabajo. Sus éxitos combinados han sido recientemente descritos por Barlow (23). Debo admitir que sus explicaciones fisiológicas acerca de cómo el tratamiento podría suponerse que funciona (y también un dejo de adoración como la que se dedica a un héroe) me hicieron dudar al principio, incluso sentirme escéptico. Pero las afirmaciones hechas, primero por Alexander, y reiteradas y ampliadas después por Barlow sonaban tan extraordinarias que sentí que debía dar al método al menos el beneficio de la duda. Y así, siguiendo el razonamiento que a menudo la práctica médica sigue el sensato principio de "la prueba del púding es comérselo", mi esposa, una de nuestras hijas y yo decidimos someternos nosotros mismos a tratamiento, y también utilizar la oportunidad para observar sus efectos tan críticamente como pudiéramos. Por razones obvias, cada uno de nosotros fue a un profesor Alexander distinto.
Descubrimos que la terapia está basada en una observación excepcionalmente sofisticada, no sólo por medio de la vista sino también en una sorprendente proporción utilizando el sentido del tacto. En esencia consiste sólo en una primero muy suave y después exploratoria manipulación correctora del sistema muscular entero. Empieza con la cabeza y el cuello, muy pronto los hombros y el torso también se ven involucrados y finalmente la pelvis, las piernas y los pies, hasta que el cuerpo entero se ve sometido a escrutinio y tratamiento. Igual que en nuestras observaciones con niños, el terapeuta está continuamente monitorizando el cuerpo y adaptando su proceder todo el tiempo. Lo que se hace en concreto varía de un paciente a otro, según el tipo de mal uso que la exploración diagnóstica revele. Y naturalmente, afecta a diferentes personas de diferentes maneras. Pero entre nosotros tres ya hemos podido comprobar, con asombro creciente, mejoras muy impresionantes en cosas tan diversas como la presión sanguínea, la respiración, la profundidad del sueño, buen humor general y atención mental, resistencia ante las presiones externas y también en una habilidad tan delicada como tocar un instrumento de cuerda.
Por lo tanto por propia experiencia podemos ya confirmar algunas de las afirmaciones aparentemente peregrinas hechas por Alexander y sus seguidores, es decir que muchos tipos de actuaciones por debajo de las propias posibilidades e incluso enfermedades tanto mentales como físicas pueden ser aliviadas, a veces en gran medida, enseñando a la musculatura del cuerpo a funcionar de manera diferente. Y aunque no hemos acabado en absoluto nuestro curso, la evidencia dada y documentada por Alexander y Barlow de los efectos benéficos en una variedad de funciones vitales ya no nos resulta sorprendente. Su lista incluye primero de todo lo que Barlow llama el "cajón de sastre" del reumatismo, incluyendo varias formas de artritis, pero también transtornos respiratorios, incluso asma potencialmente letal; luego siguen defectos de circulación, que pueden dar lugar a alta presión y también a algunas peligrosas situaciones coronarias, desórdenes gastrointestinales de varios tipos, varios estados ginecológicos, fracasos sexuales, migrañas y estados depresivos que a menudo llevan al suicidio -en resumen, un muy amplio abanico de enfermedades, tanto "somáticas" como "mentales" que no son causadas por parásitos identificables.
Aunque nadie reivindicaría que el tratamiento Alexander es un curalotodo en cualquier situación, no puede haber duda en que a menudo tiene profundos y benéficos efectos -y, lo repito una vez más- tanto en la esfera mental como somática.
La importancia del tratamiento ha sido enfatizada por muchas personas relevantes, por ejemplo John Dewey , Aldous Huxley, y quizás más convincentes para nosotros- por científicos de renombre, como Coghill, Raymond Dart, y el gran neurofisiólogo Sherrington. Y sin embargo, con pocas excepciones, la profesión médica ha ignorado en gran medida a Alexander -quizás bajo la impresión que era el centro de una especie de "culto", y también porque los efectos eran difíciles de explicar. Y eso me lleva al punto siguiente.
Si uno sabe que una terapia desarrollada empíricamente tiene efectos demostrables, a uno le gustaría saber cómo funciona; cuál podría ser su explicación fisiológica. Y es aquí donde algunos recientes descubrimientos en la zona fronteriza entre la neurofisiología y la etología pueden hacer que algunos aspectos de la terapia Alexander sean más comprensibles y más plausibles de lo que pudieron ser en la época de Sherrington.
Uno de estos nuevos descubrimientos tiene que ver con el concepto clave de "reaferencia"? (29). Hay muchos firmes indicios de que, en varios niveles de integración, desde unas simples unidades musculares hasta una acción compleja, la correcta realización de muchos movimientos está continuamente comprobada por el cerebro. Este lo hace comparando un informe de resultados (feedback report) que dice "órdenes cumplidas" con la expectativa de resultados (feedback expectation) para los que al empezar cada movimiento el cerebro ha sido alertado. Sólo cuando el feedback esperado y el feedback real coinciden o deja el cerebro de mandar órdenes de acción correctora. Ya los descubridores de este principio, von Holst y Mittelstaedt, sabían que el funcionamiento de este complejo mecanismo podía variar de un momento a otro con el estado interno del sujeto -el "valor del objetivo" o Sollwert del feedback esperado cambia con las órdenes motoras dadas. Pero más allá de esto lo que Alexander ha descubierto es que el mal uso de los músculos del cuerpo durante toda una vida (causado por ejemplo por estar demasiado tiempo sentado y poco tiempo andando) puede hacer que todo el sistema vaya mal. Como consecuencia, informes de que "todo está correcto" son recibidos por el cerebro (o quizás interpretados como correctos) cuando de verdad todo está muy mal. Por ejemplo una persona puede sentirse "a gusto" derrumbada delante del televisor, cuando de hecho está maltratando toscamente a su cuerpo. Puedo mostrarles sólo unos pocos ejemplos pero a todos ustedes les serán familiares.
Es todavía una incógnita dónde en concreto en este complejo mecanismo el proceso de comprobación deja de funcionar bien bajo la influencia de un constante mal uso. Pero un etólogo moderno tiene tendencia, como Alexander y Barlow, a considerar las causas fenotípicas más responsables de este mal uso que las causas genéticas. Es muy improbable que en su larga historia evolutiva de marcha de pie los homínidos no hayan tenido tiempo de desarrollar los mecanismos correctos para la locomoción bípeda. Esta conclusión recibe apoyo del sorprendente pero indudable hecho de que incluso después de cuarenta o cincuenta años de obvio mal uso nuestro propio cuerpo puede (se podría decir) "cambiar el interruptor" para volver a un más apropiado, y en muchos aspectos más sano, uso como resultado de una corta serie de sesiones de media hora.
Postura correcta y movimiento son obviamente comportamientos genéticamente antiguos y resistentes al ambiente. Mal uso, con todas sus consecuencias psicosomáticas o mejor dicho somaticopsiquícas, debe ser considerado por lo tanto como un resultado de las condiciones de vida modernas -de una tensión culturalmente determinada. Quizás debería añadir aquí que no estoy sólo pensando en el hecho de estar demasiado tiempo sentado sino también en la posición "encogida" que uno adopta cuando siente que no está a la altura de su trabajo -cuando uno se siente inseguro.
En segundo lugar, no debiera sorprender que simplemente la suave manipulación de los músculos del cuerpo pueda tener tan profundos efectos tanto en la mente como en el cuerpo. Cuanto más se descubre acerca de las enfermedades psicosomáticas, y en general acerca del extraordinariamente complejo tráfico de dos direcciones entre el cerebro y el resto del cuerpo, tanto más obvio resulta que una demasiado rígida distinción entre "mente" y "cuerpo" tiene una utilidad limitada para la ciencia médica -de hecho puede ser un obstáculo para su avance.
El tercer aspecto biológicamente interesante de la terapia Alexander es que cada sesión demuestra claramente que los innumerables músculos del cuerpo están continuamente operando como una red intrincadamente conectada. Siempre que se hace una suave presión para hacer un ligero cambio en la postura de la pierna, los músculos del cuello reaccionan inmediamente. Y a la inversa, siempre que el terapeuta ayuda a "liberar" los músculos del cuello, es asombroso ver movimientos francamente marcados por ejemplo en los dedos de los pies, incluso cuando uno está tumbado en una camilla.
En este breve esbozo, no puedo más que caracterizar y recomendar el tratamiento Alexander como una extraordinariamente sofisticada forma de rehabilitación, o mejor dicho de reorganización de todo el equipo muscular y a través de este de muchos otros órganos. Comparado con esto, muchos tipos de psicoterapia que son de uso corriente aparecen sorprendentemente toscos y restringidos en su efecto -y a veces incluso dañinos para el resto del cuerpo.
¿Qué se desprende pues de estas breves notas acerca del Autismo en la Primera Infancia y acerca del tratamiento Alexander? Qué tienen estos dos ejemplos en común? Primero de todo enfatizan la importancia para la ciencia médica de observar sin prejuicios -de "mirar y preguntarse". Este método científico básico es todavía menospreciado por aquellos cegados por la fascinación de los aparatos, por el prestigio de los "tests" y por la tentación de recurrir a medicamentos. Pero es utilizando este viejo método de observación que tanto el autismo como el mal uso general del cuerpo pueden ser vistos bajo una nueva luz: en una mayor proporción de lo que ahora podemos apreciar ambos podrían muy bien ser debidos a las modernas condiciones estresantes.
Pero además de esto me parece que mis dos entradas en el campo de la investigación médica tienen implicaciones mucho más amplias. La ciencia y la práctica médica se encuentran con un creciente sentimiento de desasosiego y falta de confianza por parte del público general. Las causas de ello son complejas pero al menos en un aspecto podrían ser mejoradas: una actitud un poco más abierta, un poco más de colaboración con otras ciencias biológicas, un poco más de atención al cuerpo como un todo, y a la unidad de cuerpo y mente, podrían enriquecer substancialmente el campo de la investigación médica. Por lo tanto apelo a nuestros colegas médicos para que reconozcan que el estudio de los animales -en particular una "simple" observación- puede dar útiles aportaciones a la biología humana no sólo en el campo del mal funcionamiento somático, sino también en los desórdenes de comportamiento, y finalmente ayudarnos a entender lo que la tensión psicosocial nos provoca. Es la tensión en el sentido más amplio, en el de inadecuación de nuestra capacidad para ajustarnos, lo que va a ser quizás la influencia más distorsionadora en nuestra sociedad.
Si hoy he enfatizado la aplicabilidad de la investigación del comportamiento animal no quiero ser malentendido. Como en todas las ciencias, las aplicaciones siguen a la investigación motivada por pura curiosidad intelectual. Lo que esta ocasión me permite enfatizar es que la investigación biológicamente orientada hacia el comportamiento animal, que hasta ahora se ha venido realizando con presupuestos muy modestos, merece apoyo -cualquiera que sea la motivación y cualesquiera que sean los objetivos últimos del investigador. Y nosotros etólogos debemos estar preparados para responder al reto cuando la ocasión y el momento lleguen."